Por Ociel Mora
Las elecciones en las entidades de Hidalgo y Coahuila son un atisbo de lo que con sus matices locales ocurrirá el año entrante.
Es decir, si Morena se convierta en el viejo partido hegemónico o se mantiene la pluralidad partidista que, con sus asegunes, priva ahora.
La pluralidad política está en función del papel de los partidos, y ese papel fue barrido en las elecciones de hace dos años. Así que no hay nada halagador en el firmamento.
En México tenemos malas, muy malas experiencias con los partidos hegemónicos, los de un solo hombre, de una sola idea. Los que mandan en el legislativo. Los que llegan a un punto en el que pierden el sentido, porque ya ni ven ni oyen.
No es un fenómeno privativo de solo presidentes de la República, ocurre mayoritariamente con gobernadores y alcaldes de Puebla. Por la Sierra abundan.
Uno de esos partidos gobernó durante siete décadas seguidas, y aún ahora se mantiene enhiesto en por lo menos dos entidades en el centro del país: Hidalgo y Estado de México.
Fue aquella una de las fuentes de mayor poder del antiguo cacicazgo. Lo digo en pasado, porque todo indica que ambos gobernadores han determinado rendir la plaza con anticipación. No en un gesto de apertura, sino de conveniencia de grupos.
No hace falta mencionar los apellidos de ambas entidades que ocuparon puestos determinantes en la administración pública federal y local. Los Rojo Lugo, los Sánchez Vite, los Hank González, los del Mazo, solo por citar.
Morena, un partido que conquistó el triunfo nacional ondeando las banderas de la democracia y la promesa de justicia social, tiene mayoría en el Congreso, gracias a una sobrerrepresentación, la cual ha sido muy cuestionada.
Sin embargo, he aquí el gran dilema, esa mayoría no es aprovechada para resolver los grandes problemas nacionales, con una visión de instituciones, no de personas.
Por ejemplo, en lugar de aprobar el pago de una pensión universal por un tiempo determinado para hacer frente a la crisis económica, derivada de la sanitaria, esa mayoría de la Cámara sirve para restaurar el viejo centralismo. No lo digo yo, lo dicen las personas de entendimiento.
Ya se irá sabiendo con los días, si el medio país que se hallaba fuera de la órbita de Morena lo absorbió ese tobogán de partido y se uniformará con la otra mitad, o se mantiene la pluralidad. Indispensable, entre otras cosas, para la buena marcha del federalismo.
Hasta ayer, medio país se encontraba gobernado por partidos de oposición. En su mayoría del PRI, seguidos por el PAN, PRD, independiente y Morena, en Baja California con el inefable Jaime Bonilla.
NOTA BENE. Así como a nivel nacional se puso en juego la pluralidad de partidos o su uniformidad en uno solo, a nivel local podemos observar el mismo fenómeno, pero invertido.
Es el caso de la elección en el municipio vecino de Acaxochitlán, Hidalgo. En esa elección lo que se puso en juego fue la permanencia o no del dominio que históricamente ejerce la familia Castelán.
Ese cacicazgo se remonta a los primeros años de la Colonia. Cuando el virrey nombró Justicia Mayor a un tal Diego Jacobo Castelán.
Ociel Mora es editor del libro Huauchinango: El Rumor del Tiempo