¿Qué es eso en la terraza del Met? Un enorme y hermoso muro

“Lattice Detour”, del artista mexicano Héctor Zamora, es un monumento a la apertura frente al encierro, que contrapone la ligereza a la pesadez, la transitoriedad a la permanencia. También está cargado de significados políticos.

NUEVA YORK.- El Museo Metropolitano de Arte (Met), una fortaleza de piedra gris, acero y vidrio que contrasta con Central Park, está diseñado para dejar fuera casi todo lo que representa el parque. Está aislado del clima y las estaciones, además de cualquier tipo de cambio natural. La única excepción en el museo es la terraza Cantor. Dado que está expuesta a los elementos, la lluvia y el sol la bañan todo el año.

Y aunque el resto del museo ha estado tan oscuro y quieto como una tumba desde el comienzo del cierre por la pandemia, la terraza se ha llenado de vida. Las semillas, transportadas por el viento, brotaron en su pavimento. Los patos salvajes anidaron y criaron una familia en una caja para sembrar. En julio, el trabajo en una instalación escultórica del artista Héctor Zamora, de Ciudad de México, que dejaron a medio terminar en marzo, volvió a ponerse en marcha a tiempo para la reapertura al público en general del Met el 29 de agosto. (Sus miembros entraron el 27 y 28 de agosto).

El proyecto de Zamora, “Lattice Detour”, el octavo de una serie de comisiones anuales para la terraza, es perfectamente adecuado para su momento y lugar. Organizado por Iria Candela, la curadora de arte latinoamericano del museo, es un monumento a la apertura frente al encierro, que contrapone la ligereza a la pesadez, la transitoriedad a la permanencia. También es una imagen cargada de significado político sobre lo que un muro —y específicamente el muro fronterizo planeado entre Estados Unidos y México, y aclamado como algo “hermoso” por el actual presidente estadounidense— debería ser y hacer.

Image“Si regresas en el transcurso de un día, verás que la pared proyecta patrones cambiantes de sombra y luz de forma más dramática en las primeras horas de la mañana y la tarde”, dice nuestro crítico.

“Si regresas en el transcurso de un día, verás que la pared proyecta patrones cambiantes de sombra y luz de forma más dramática en las primeras horas de la mañana y la tarde”, dice nuestro crítico. Credit…Hiroko Masuike/The New York Times

Cuando entras a la terraza desde el ascensor, la pieza parece ser lo opuesto a la apertura y la luminosidad. El muro, una estructura curva de ladrillos de terracota, con más de 30 metros de largo y tres metros de alto, parece tener una superficie sólida y estar colocado perversamente para ocultar una vista espectacular del parque y del horizonte de Manhattan. Da la impresión de que, para tener una vista al aire libre, hay que sortear este obstáculo prohibitivo.

Sin embargo, a medida que te acercas, la superficie muestra paulatinamente su transparencia inesperada. Resulta que los ladrillos son huecos y forman una malla porosa. Conforme te mueves a lo largo de la pared, la textura calada se va haciendo evidente muy poco a poco. Cuando encaras la pared, adquieres una vista completa de la ciudad y el parque que se encuentran más allá, aunque están filtrados (y pixelados) por esta. Además, si regresas en el transcurso de un día, verás que la pared proyecta patrones cambiantes de sombra y luz de forma más dramática en las primeras horas de la mañana y la tarde (y sin duda también en las noches de luna llena).

Al mismo tiempo, un muro es, por tradición, una barrera construida a propósito, una que en este caso permite vislumbrar lo que hay del otro lado, pero que no se puede atravesar. En su forma más agresiva, un muro es un instrumento de separación y exclusión, destinado a mantenernos alejados de una otredad despreciada y temida, una dinámica demasiado familiar para los estadounidenses que se encuentran en ambos lados de nuestra frontera sur.

Zamora, cuyo debut en solitario en Nueva York llegó con este encargo, ha hecho del comentario político a través de la arquitectura un elemento central de su obra.

 En 2004, construyó una estructura temporal de acero y madera en lo alto del exterior del Museo de Arte Carrillo Gil en Ciudad de México y vivió en la adición anexa durante semanas, aprovechando las líneas eléctricas del museo para tener servicio de luz. La pieza, “Paracaidista, Av. Revolución 1608 bis” se refería tanto a los refugios ilegales erigidos por los ocupantes rurales en los límites de la ciudad como a la inclusión de la ahora comercializable presencia del “foráneo” en el mundo del arte convencional.

Fuente: New York Times

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