Una tradición intelectual de crítica al poder logró sobrevivir a la transición democrática y al giro neoliberal de fines del siglo pasado en México. Pero el gobierno de Andrés Manuel López Obrador parece poner en riesgo ese legado.
CIUDAD DE MÉXICO — Desde hace un siglo, México posee una de las políticas culturales más integrales y ambiciosas de América Latina. El Estado cultural, una aspiración que el historiador Marc Fumaroli atribuyó a la Francia moderna, también arraigó en el México posrevolucionario por medio de instituciones académicas como El Colegio de México y el Centro de Investigación y Docencia Económicas, editoriales como el Fondo de Cultura Económica y revistas como El Trimestre Económico y Cuadernos Americanos, como Plural y Vuelta. Toda una tradición intelectual que va de Daniel Cosío Villegas a Octavio Paz y de Alfonso Reyes a Carlos Fuentes fue continuada por la generación del 68 y logró sobrevivir a la transición democrática y el giro neoliberal de fines del siglo XX. Entonces el régimen político mexicano dejó de ser una mancuerna de partido hegemónico y presidencialismo ilimitado y se crearon condiciones para la alternancia en el poder. Pero la articulación de una esfera pública y un campo académico y de pensamiento, subsidiados por el Estado, que ejercían la crítica del autoritarismo, se mantuvo. Hasta ahora. Con la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador y su partido —el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena)—, las bases del Estado cultural mexicano comienzan a removerse. Hoy, en México se respira un ambiente de “hostilidad a la cultura”, ha dicho el escritor Gabriel Zaid. Es una mala noticia para la tradición intelectual mexicana y para la consolidación de su democracia que ese legado se ponga en duda.
Reemplazar el sistema del Estado cultural por uno en que cada corriente política deberá asumir el pago de sus proyecciones intelectuales y mediáticas, es peligroso por muchas razones. En primer lugar porque atiza la polarización y el partidismo político en foros académicos y periodísticos, que requieren de un margen de neutralidad y autonomía para desempeñar su labor. Cuando el presidente y sus partidarios repiten indiscriminadamente la consigna de “fuera máscaras” (una frase de López Obrador) no hacen más que evidenciar que no comprenden ni toleran la independencia del campo intelectual. Es grave, también, ese ataque al Estado cultural porque incentiva el antiintelectualismo y desafía la normatividad pluralista de la joven democracia mexicana, que se plasma lo mismo en las leyes electorales que en las de medios de información. Una de las últimas muestras de ese avance del antiintelectualismo ha sido la desproporcionada sanción contra la revista Nexos, que dirige Héctor Aguilar Camín. Por una irregularidad en un contrato de publicidad con el Instituto Mexicano del Seguro Social, en 2018, la Secretaría de la Función Pública, que encabeza Irma Eréndira Sandoval, impuso a la revista una multa de casi un millón de pesosy una inhabilitación por dos años para colaborar con la administración federal y los gobiernos estatales. En redes sociales favorables a AMLO, la sanción contra Nexos, lo mismo que las tempranas diatribas contra la revista Letras Libres y su director Enrique Krauze, se inscriben en una atmósfera de linchamiento mediático contra el campo intelectual de la transición democrática.
Durante los años dorados del Estado cultural que ahora está en riesgo, no solo había disenso y crítica desde instituciones y editoriales financiadas por el gobierno. También existía una red de periódicos y canales de radio, cine y televisión que, con apoyo del Estado, facilitaban el debate de ideas. Los suplementos literarios de los periódicos y los medios de comunicación públicos respondían a una política cultural que, desde los años noventa, buscó una representación equitativa de las diversas corrientes ideológicas del país. En la prensa y en la televisión era común ver a críticos de izquierda como Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska y a políticos opositores como Cuauhtémoc Cárdenas, el propio López Obrador o el subcomandante Marcos, líder del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
A pesar de sus muchos partidarios en el sector académico e intelectual, AMLO propuso una limitación del debate público por medio del recorte presupuestal. Algunas de las instituciones más afectadas han sido centros de investigación y educación superior, como el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y el Instituto Nacional de Antropología e Historia.
El mismo López Obrador, a través de sus conferencias matutinas, las Mañaneras, defendió aquellos recortes al tildar a instituciones académicas y medios de comunicación de “conservadores”, “neoporfiristas” o “fifís”. El presidente llegó a ser bastante explícito cuando sostuvo que aquellos escritores, artistas y profesores que criticaban el autoritarismo del viejo régimen del PRI eran, en realidad, “intelectuales orgánicos” del periodo de la transición, que no debían ser financiados por el Estado.
Fuente New york times : https://www.nytimes.com/es/2020/08/26/espanol/opinion/lopez-obrador-medios.html
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