El mal de la demagogia, el mal de los periodistas y el mal de “más de lo mismo”

Por Ociel Mora
Ayer me topé con un ejemplar viejito, de hace 20 años, de autor mentado.
Se publicó en 1999, un año antes de la transición, del triunfo de Fox, de la derrota del PRI, del reconocimiento de un presidente de la República surgido de un partido que no era el PRI, algo insólito en el clima de aquellos tiempos.

Una experiencia de progreso político que no entrevieron ni vivieron muchas generaciones. Respecto de otras que supusieron que eso era imposible. Porque la derrota del PRI era la derrota del gobierno, y eso cómo iba a ser, pensaban muchos. El libro del que les hablo se llama El Antiguo Régimen y la Transición en México, de la autoría del ahora estrella polar del comentarismo político,  Jesús Silva-Herzog Márquez (Planeta-1999).

Lo cogí al azar; abrió en la página 85, principio de capítulo: “Democratismo”. Para mi gusto se pudo titular con las primeras palabras del segundopárrafo: Tiempo de Charlatanes. Cito textual.

1. El demagogo no opina, sabe
2. El demagogo ofrece un comienzo blanco y sin ataduras: una gran fiesta que simbolice la fundación de una nueva república, el nacimiento de un hombre nuevo.

3. El sentimentalismo es una de las variantes más populares de la demagogia contemporánea.

4. El charlatán (demagogo) sugiere que el político conoce una aritmética superior que no obedece a la regla de los números.

5. El demagogo se ofrece como el médium de la sociedad civil. Por las noches, cuando todos duermen, habla con ella.

6. El demagogo nos dice qué quiere la nación, cuál es el mandato de las urnas, cuál es el sentido profundo de nuestras historia.

7. El demagogo se excusa diciendo que las sumas y las restas son propias del técnico, que la política jamás puede sujetarse al cálculo helado de los Cntadores.

8. El demagogo está convencido que si hay democracia verdadera, (por sí mismo) habrá riqueza, soberanía, justicia, estabilidad, paz, felicidad.

9. (El demagogo) evasor de la responsabilidad sabe de cuentos pero no de cuentas.

10. Para el demagogo, la política es el territorio de la voluntad. Lo que se quiere existe.

11. El demagogo se mueve siempre ante la inminencia de la tragedia y se ofrece, generoso, como la única salvación

12. El demagogo piadoso no pretende convencer sino conmover.

13. (El demagogo) más que levantar la voz, llorar en público parece ser la
estrategia más eficaz.

14. Dentro de la sociedad de lamento (que es la del demagogo), ser víctima parece equivalente a ser a tener razón.

15. El demagogo va del espiritismo al llanto

A todo esto, qué dice la Real Academia del término demagogia.

Ofrece un par de entradas.
“1. f. Práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular.

“2. f. Degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder”.

CONTRA LOS ENSUCIACUARTILLAS. Schopenhauer, un espíritu endemoniado, tal vez el más endemoniado de su siglo, las traía contra los escritores y periodistas, a quienes con clemencia acusaba ser unos miserables (qué habría sido de no tenerla).

Sobre todo los últimos por el mal que infligen en el lenguaje.
En El arte de insultar, acusa que ante la incapacidad de estos señores de alumbrar nuevas ideas, quieren al menos poner nuevas palabras, y entonces cualquier ensuciacuartillas se siente con autoridad para mejorar la lengua. “Los más desvergonzados son los periodistas, y como, debido a la trivialidad de lo que escriben, llegan al gran público, buena parte del cuál no lee más que eso, la lengua corre un grave peligro por su culpa. Por eso, con lo que toda seriedad propongo es que se les someta a censura ortográfica, o que por cada palabra mal usada o trunca se les haga pagar una multa, pues ¿no es infame que los cambios en el lenguaje tengan su origen en el género más pedestre de todos”.

LOS BUENOS AMIGOS CUENTAN, incluso ya se relata en periódicos, que en Huauchinango los valientes de la política calientan la plaza.

Y que quienes ayer fueron mano, hoy apuntan para ocupar pelaños abajo en el pleito civil por conseguir el  mando de la presidencia municipal, el año entrante cuando haya elecciones con ese propósito.

Como dijo hace rato el presidente López Obrador desde el placentero descanso de una tropical mecedora: este país ya cambió, el pueblo despertó, y ya nada será como antes, porque el mexicano es el pueblo más politizado de entre todos los que se guste.

Zeferino Hernández, la figura más acabada de la cultura del esfuerzo local, sobrevive honrosa y honradamente lavando coches de los pudientes del pueblo, en un servicio de autos de por los rumbos intrincados del mercado. Hasta allá llegó, abriéndose camino como pudo, uno de los aspirantes económicos más poderosos a la alcaldía, a rendirle: “Zefe, si eres tú, quiero que lo sepas que estoy contigo; pero si salgo yo, ojalé y jales conmigo”.

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