Retorno a Pahuatlán
Por Ociel Mora
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Por lo tanto esta serie de relaciones estará limitada al interés de unos cuantos de ese pueblo y de quienes son movidos por el morbo.
La primera explicación tiene que ver con mi paso y separación de la administración municipal que encabeza la señora Lupita Ramírez.
Es posible que para la mayoría de las personas carezca de interés saberlo. Mi deber, sin embargo, es contarlo. Porque se trató de un servicio público.
Lo público es público porque atañe al Estado; y el Estado –por lo menos hipotéticamente– tiene que ver con los anhelos de todos.
Una cosa es trabajar en una empresa que arma celulares y otra hacerlo en un municipio como Pahuatlán, que sobrevive de los impuestos que pagamos todos.
En esa tesitura la responsabilidad del empleado de gobierno pasa de lo meramente administrativo al interés general.
Porque del buen o mal desempeño de los gobernantes depende el grado de bienestar de las personas; que mejore o que empeore. La pobreza se explica no por castigo divino o por mala suerte, sino por acciones deliberadas u omisiones del aparato de gobierno.
La administración pública es para servir a la gente, bajo determinados criterios de ley, organizada en un sistema de jerarquías y responsabilidades en grado diferente de los individuos que la ejecutan.
Nadie ha llevado tan lejos esa percepción como el presidente López Obrador. “Hay que servir a la gente, no servirse de la gente”.
Es una de las razones de su querella contra los funcionarios que no salen a la calle a “ensuciarse los zapatos”.
Con las apuraciones que la caracterizan, una mañana Lupita Ramírez me llamó y me dijo que yo era el director de Cultura del municipio, punto.
En las condiciones económicas y laborales del país, que alguien te llame y te ofrezca chamba, en un área y lugar que te gustan, es una bendición de Dios, a la que no se puede rehusar.
Esa misma semana me reuní con el grupo de regidores y expliqué lo que llamé Programa de Cultura: Pahuatlán 2018-2021.
Se trató, ahora lo sé, de un proyecto bastante ambicioso. Promover lo propio y lo ajeno en la localidad. Ambicioso, porque toda la acción pública tiene que ver con dinero, y la cultura no es la excepción, y no tiene porque serlo.
La segunda razón de estos apuntes obedece a un ejercicio de prospección que he venido haciendo desde hace años sobre las sucesivas elecciones locales.
Empiezo diciendo que mi relación laboral con el ayuntamiento terminó en febrero pasado, por decisión mía.
Aclaro que no seguí los protocolos que se siguen en ésos caso. En la soledad hice el balance de mis logros y fracasos, y concluí que mi participación en el ayuntamiento había llegado a su fin, y había llegado la hora del retiro.
¿Cuáles fueron los detonantes? Dos razones de orden ético: el archivo histórico municipal y la reapertura de la biblioteca. Aunque hubo otros.
El archivo más que la biblioteca. Cerca de diez mil documentos que literalmente se están pudriendo por las inclemencias del tiempo, entre los que se encuentran cartas de la mano de Carlota y Maximiliano.
El interés de la emperatriz y el emperador por los dirigentes políticos de un pueblo de indios de la sierra tiene sus aristas dignas de exploración; no es todo. Allí están las solicitudes y agradecimiento de Porfirio Díaz a las localidades indígenas por su participación en los sucesivos comités electorales de reelección; y dos siglos de memoria larga del pueblo.
Los pueblos indios de Pahuatlán fueron de los grandes soportes electorales que permitieron a Díaz reelegirse seis veces seguidas, y una intermedia.
Lo más interesante de uno de los ramos del archivo son las denuncias por infidelidad que involucra a las familias notables del pueblo.
¿Cómo ser indiferente ante el patrimonio documental y la memoria?
Los del pueblo suelen decir: “a quién le pueden interesar los libros en un pueblo de analfabetos”; y el archivo, “pinches papeles viejos, ni a quién le sirvan”.
Como las de la biblioteca son colección de los años ochenta, en malas condiciones, que requieren renovarse, propuse hacer un tendedero en el parque.
Que la gente entrara en contacto con esos objetos maravillosos llamados libros, y de querer, que se los llevaran a su casa, y si lo querían, que se los quedaran.
Un personaje conocido como “El Gato”, quien en algún momento fue regidor de educación, es el amo y señor de la biblioteca, pero sobre todo del local que ocupa.
No se sabe al amparo de qué lo hace. Bueno sí, del PAN. Pues se presenta como su gran valedor en el pueblo. Lo paradójico es que no es un hombre de libros. Pero es su parcela de poder.
El muro del Gato es insalvable en el ayuntamiento.
El resguarda las llaves de la puerta, y sólo él sabe quién entra y quién no. Bajo el argumento de que quieren robar. En esas condiciones, y con un personaje como él, y si eres el director de cultura, no tienes mucho qué hacer.
Salvo cuando sólo se esté por el sueldo. No es mi caso.
Durante la administración de Arturo Hernández, sin que yo tuviera ninguna responsabilidad en el ayuntamiento (2016), lo persuadí de que abriera la biblioteca y contratara para su atención a Dositeo Aparicio Pérez.
Dositeo ya fue encargado, y en ese proceso se capacitó en la Dirección General de Bibliotecas de la ciudad de México; conoce las clasificaciones de los libros, cómo hacer campañas de lectura, cómo orientar y atender a los jóvenes de bachillerato y secundaria los más que llegan por ahí, y al público en general.
La promoción de la lectura no es enchílame una.
Dositeo, en efecto, fue contratado pero al poco se lo “subieron” a desarrollar tareas administrativas, en el entendido de que hacer oficios es más importante que la promoción de la lectura.
El caso es que a mi salida la biblioteca seguía cerrada; y el archivo arrinconado en los escusados públicos; condiciones que no son las más aptas para la conservación de papeles antiguos.
No logré persuadir a quien toma las decisiones de trasladar los documentos del archivo a un lugar más seguro ni que el Gato entregara las llaves de la biblioteca.
Alguien dirá que se trata de cuestiones sin mayor trascendencia, pero no; es el testimonio de primera mano de las dificultades que enfrenta la promoción cultural en los pueblos.
Tampoco tuve éxito con la idea de descentralizar las pocas actividades culturales que se lograron gestionar, ni la recuperación de espacios abandonados para reusarlos como centros de desarrollo comunitario, ni la rehabilitación del centro de las artes populares en San Pablito.
No obstante que para ese caso hablé con el delgado estatal y el responsable del CCI de Huauchinango; ambos explicaron que la sanción administrativa contra el ex presidente Melitón Guzmán había prescrito.
Los pendientes técnicos, como puertas y ventanas, algunos pisos, focos, no superaban los sesenta mil pesos, y se tendría un gran centro de exposiciones, centro de ventas, capacitación técnica y administrativa, y demás actividades relacionadas con el papel amate.
Platiqué con unos artesanos de la localidad, y enfáticos me dijeron que el edificio era suyo y no querían la intromisión del ayuntamiento; en el ayuntamiento me explicaron que los de San Pablo son complicados.
Adelanté algunas acciones de recuperación y protección de las pinturas rupestres que se encuentran en las paredes del Cerro del Músico, en Atla, en lamentables condiciones de conservación. Con los nahuas las relaciones comunidad-ayuntamiento son en el mismo sentido que con los otomíes.
Se trata de los viejos agravios que no se acaban de superar, y lo grave, no hay interés de las partes en llegar a soluciones, en el entendido de que es el desarrollo el que está de por medio.
En los pueblos las diferencias políticas son diferencias personales y se llevan a terrenos de lo impredecible; en el que todos pierden. Cualquiera sabe que la quiebra de la armonía en la vieja comunidad indígena se debe a la presencia de partidos políticos y grupos religiosos evangélicos.
Para el proyecto de las pinturas rupestres se contó con el apoyo del INAH de la ciudad de México y del centro de Puebla. Es un proyecto que sigue su curso, pero al margen del ayuntamiento.
Del mismo modo que los médicos están comprometidos con la vida, los abogados con la justicia, yo, antropólogo, lo estoy con la cultura y el patrimonio. Pero sobre todo con el bienestar de los pueblos indios.
Ociel Mora es editor del libro Huauchinango: El Rumor del Tiempo